2 – El Concilio de Valerian.
El castillo se podía describir en una sola palabra: Ostentoso. La sala de audiencias, que actuaba a modo de salón real cuando el Emperador se encontraba en la ciudad, cosa que era bastante común dado que, Valerian, era la segunda ciudad más importante del Imperio, estaba ricamente decorada; alfombras cuidadosamente bordabas, con matices dorados y rojos, cortinas de seda de los reinos libres del este, oleos donde se retrataban cada uno de los antiguos emperadores, estatuas y bustos de mármol... Incluso los guardias imperiales iban decorados con galones y armaduras forradas de terciopelo rojo y bordados dorados. Estos soldados, veteranos de batallas y guardias personales del Emperador, se mantenían impasibles con la mirada fija al frente y las picas firmemente sujetas. Al fondo de la sala se encontraba un trono, modesto en comparación con el trono imperial. El trono de ébano y bronce presidia la sala.
Sain y Víctor entraron en la sala de audiencias, dos guardias que custodiaban la entrada del castillo apartaron sus armas a su paso. El interior de la sala era mucho más modesta. Alojada en lo alto del torreón, sus paredes estaban tapizadas por ventanales decorados por varias macetas de donde brotaban plantas verdes y un colorido abanico de flores. No había muebles en la sala, ni alfombras lustrosas ni elaboradas lamparas. Solo aquellas siete personas.
Se encontraban sumidas en una entretenida conversación y, cuando el mariscal y el soldado llegaron, se hizo el silencio. Uno de ellos que vestía una elegante armadura con motivos dorados y finamente elaborada se giró. El hombre era alto y grande, tenía una frondosa barba castaña a pesar de que en su cabeza comenzaba a escasear el pelo y unos ojos de color celeste que parecían no encajar en aquel rostro duro y embrutecido. También podía observarse varias cicatrices en su rostro.
Al ver a Sain sonrió ampliamente y comenzó a andar a zancadas hasta alcanzar al mariscal y abrazarlo entre carcajadas.
-¡Sain!. Maldito bastardo, si que has tardado. Estabamos a punto de empezar sin ti.-
Sain no hizo gesto de corresponder el abrazo, en vez de ello se quedó en su posición, con los brazos caidos a los lados y su usual mirada insensible. El hombre de las barbas retrocedió un paso y le dió un golpe amistoso en el hombro al Mariscal. Él por su parte carraspeó aclarandose la garganta y dijo en un tono sereno:
-Me alegro de que esteis ileso Emperador. Pero...- No pudo acabar la frase pues el hombre, el Emperador Lucius Volter, le interrumpió con una carcajada y volvió a hablar con su vozarón. -¿Ileso?. ¡Claro que estoy ileso!, unos pequeños rebeldes no son rivales para mi. -Emitió otra carcajada.- Los atravesé con mi espada así, y así.- Dijo mientras desenvainaba su arma, una espada corta de fina elaboración, que descansaba en su cinto y se batía con un enemigo imaginario. De pronto volvió a envainar y le dió la espalda a Sain mientras volvía con el grupo. -¡Basta de batallitas!. Tenemos asuntos que tratar y ahora que el Mariscal está aquí no hay ningun impedimento.-
El Mariscal siguió la estela del Emperador bajo las aviesas miradas del resto a las que respondió con una mirada hueca. Justo cuando el Emperador se giró para encarar a todos los presentes, uno de los hombres, de pelo y ojos color miel y ataviado con una armadura de gala de color gris, alzó la voz.
-Claro... Ahora que el Mariscal ha decidido honrarnos con su presencia podemos empezar. ¡Bravo!. Si señor.- Dijo, dando unas secas palmadas. Sain le dedicó una mirada, algo más iracunda de lo habitual y giró la vista mientras decía. -No todos tenemos tiempo que perder en manufacturar ''bonitas'' galas. Algunos tenemos cosas importantes que hacer como dirigir a la guardia que nos ha sido encomendada, General Michael.-
Aquel que respondía por el nombre de Michael dió un paso al frente pero otro hombre, con el pelo corto con un tenue tono rojizo y ojos castaños, lo detuvo. Este hombre también vestía una armadura de gala pero de color verde.
-¡Ya basta los dos!.- Gruñó. Michael lo miró colerico y le dió un empujón para apartarlo de él. Luego se recompusó y miró a Sain y al otro hombre varias veces antes de recobrar su porte de superioridad. -Todos sabemos de parte de quien estas Jeanne.- Dijo con sorna. Jeanne no hizo caso al comentario y volvió a su posición. El siguiente en actuar fue otro de los hombres, que estaba de pie junto al Emperador. Sus cabellos eran castaños, del mismo color que los del Emperador, pero sus ojos eran de color verde oscuro; parecía mucho más joven que el resto, apenas unos 17 o 18 años y su rostro era casi infantil aunque con un apice de nobleza y porte.
-Padre, ¿No vais a hacer nada?.- Dijo mirando con malicia a Sain. -Vuestro Mariscal no solo llega tarde si no que además incita a tus generales a pelear. Es vergonzoso.-
Su padre, el Emperador, soltó una carcajada como ya había hecho tantas veces. Puso una mano en el hombro de su hijo, que vestía ropas de seda ostentosas y que parecían ser muy caras y le dijo aún sonriendo. -Marcus, hijo, este hombre es el mejor guerrero del Imperio y de los más fieles seguidores que poseo. Por ello tiene el titulo de Mariscal, igual que su padre lo tuvo antes que el, y por eso comanda la Guardia del Lobo. Es mi mejor baza, no lo juzgues tan severamente.-
La discursión acabó con la intervención del ultimo hombre. De mayor edad, casi anciano, vestido con ropas oscuras de tonos purpureos. Tenía escaso pelo blanco tapado por un tocado de tela a modo de capucha que le servía para ocultar su rostro y sus ojos de color gris. En su mano izquierda llevaba un curioso anillo también de color purpura. Se deshizo de la capucha.
-Señores... Estamos aquí por una razón de urgencia. Más tarde tendreis tiempo de sobra para despiezaros pero si ahora pudieramos centrarno en lo que nos atañe.- Dijo con una voz suave y aterciopelada. -Seamos practicos y eficaces.-
-Vos siempre tan preciso, Valtharen.- Dijo Sain haciendo un gesto con su mano derecha. Valtharen se limitó a asentir gentilmente. -Ese es mi trabajo como asesor economico Mariscal. Zapatero a sus zapatos, yo soy preciso y vos teneis liderazgo. Aprovechemos nuestras facultades en el campo que mejor nos concierna.- Respondió el anciano, hablaba lentamente gesticulando y mascando cada palabra. Antes de que los dos se enfrascaran en una conversación sin sentido, el Emperador carraspeo, llamando la atención de todos los presentes.
-Bien, como decía, podemos empezar. Despues de todas esas batallas con los rebeldes solo nos queda un maldito grano en el culo. El fuerte de Kravian. Ese maldito fuerte en el maldito bosque del maldito sur. Hemos logrado hacer retroceder y avanzar la frontera hasta allí pero... La Guardia Gris no logró tomarlo.- El general Jeanne, lider de la Guardia Gris, le lanzó una mirada nerviosa al Emperador pero no lo interrumpió. -Tropas demasiado pesadas en un terreno abrupto. Nos retiramos antes de que hubiesen más bajas.-
El Emperador comenzó a caminar por la sala, con los brazos cruzados en la espalda. Miraba con curiosidad por los ventanales y observaba la vida de la ciudad, tranquila y ajena a los problemas politico-militares. -El ejercito imperial se divide en tres guardias principales, además de las guarniciones repartidas en las ciudades y torreones. La Guardia Gris del general Jeanne, dedicada a la infantería pesada y de choque. La Guardia Imperial, dedicada exclusivamente al protección de la Capital del general Michael. Y la Guardia del Lobo, tu guardia Sain.- Hizo ua pausa en la que se giró en redondo y encaró al Mariscal. -Tu debes tomar el fuerte de Kravin. Los rebeldes se mueven en esos bosques como en su casa, pero confio en que tu guardia sea capaz de hacerles frente incluso allí.-
-Porsupuesto la toma del fuerte en fundamental para hacernos con el control de la región.- Tomó el relevo Valtharen.- Los lugareños son afines a los Rebeldes aunque se niegen a admitirlo. Mientras ese fuerte siga en su poder no podremos afianzar nuestro control.-
Sain meditó unos segundos, miraba a traves del ventanal pero no miraba nada en concreto. Imaginaba la situación, tomar el fuerte del bosque que ofrece la mayor resistencia rebelde de la época, sonaba tentador sin duda. Despues de unos segundos asintió.
-Sus ordenes serán cumplidas, Emperador.- Se limitó a decir, mientras hacía una pequeña reverencia. El Emperador alzó sus manos al cielo. -¡Excelente!. Se que no me fallaras Sain.-
Michael rezongó. -Claro... como iba a fallar el todopoderoso Sain.- Sin embargo el Emperador no llegón a oirlo, se había lanzado en un frenesí de palabrería recordando cosas que todos los presentes sabían. -Sain, portas en tu cuello el Irium, el simbolo de la fuerza del imperio. Llevala hasta los confines de la tierra y con ella la autoridad y el orden Imperial.-
Todos salieron de la sala, Valtharen se escabulló rapidamente hacia sus aposentos; Michael soltaba maldiciones mientras se perdía por un pasillo estrecho que permitía bajar a las armerias rapidamente. Jeanne acompañó al grupo sin decir palabra hasta los dormitorios, lugar en el que se separaron y tanto el Emperador como su hijo Marcus acompañaron a Sain y a Victor hasta la sala de audencias donde los dos últimos se separaron para salir del castillo.
Ambos comenzaron a caminar, Victor, que no había pronunciado palabra desde la audencia con el Emperador, seguía a su Mariscal indeciso si preguntar o guardar silencio. Finalmente, pronunció unas palabras.
-Señor... ¿Siempre es así?. -Sain lo miró sin comprender. -Quiero decir Señor, ¿Por qué sois tan poco apreciado por los generales?. Si no es precipitado preguntar.-
Sain se tomó unos segundos para meditar, como siempre hacía. -Veras Victor, son solo viejas rencillas. Michael creía que sería el proximo Mariscal tras la muerte de mi padre, pero el Emperador me nombró a mi a pesar no llevar más que unos años en el ejercito.- Dijo entrecerrando los ojos. El sol comenzaba a esconderse y con ello emitía agudos brillos que molestaban a Sain. -Marcus... Ese chico debe ver en peligro su autoridad si el puesto de Mariscal sigue cobrando tantas importancia. Creo que teme que en el futuro tenga tanto poder como él cuando ascienda como Emperador. Y Valtheran... Simplemente ve su influencia sobre el Emperador amenazada.-
-¿Influencia sobre el Emperador?.- Preguntó alarmado Victor. -¿A que se refiere?.-
-No querrais saberlo. Asuntos turbios sin duda y sin ninguna prueba, no merece la pena hablar de ello. Victor, reune a la guardia. Mañana partiremos.-
Sain se había detenido ante una casa casi ruinosa, del cinto sacón una llave de hiero semi oxidada y se dispuso a entrar en la vivienda. Su casa, su hogar. Victor hizo un gesto de respeto y se aventuró a lo largo de la calle, camino del cuartel. Sain por su parte, posó su mano sobre la puerta de madera y la empujó con suavidad. La puerta emitió un molesto chirrido y dejó ver el interior de la oscura vivienda, apenas amueblada y de dos plantas. Lo justo para sobrevivir pero plagada de recuerdos, la mayoría dolorosos. Con la mirada vacía y su caracteristica impsibilidad en el rostro, Sain entró en su casa por primera vez en varios meses. Hoy dormiría allí, antes de emprender camino a una nueva batalla.
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