lunes, 8 de noviembre de 2010

Carta de Amor (Pero que bonito!)

Hola! Soy uno de los chicos de la rosa y tu ''amigo invisible''. Te escribo esta carta para decirte... bueno, ¿Que decirte?, que esos ojillos que ni tienen nada que envidiarle a las estrellas me robaron el corazón.
Yo no soy de esos chicos que tienen la palabra correcta para cada omento; yo soy mas bien de esos chicos que regalan sonrisas; apuesto a que te has reido, o como minimo has sonreido con esta carta, pues bien, esta es la primera sonrisa que pienso regalarte, porque el universo se para tan solo para mirar tu sonrisa. Además, te tengo preparada una sorpresa para cada dia. Sonrie!.

Pds: Te regalo esta rosa para que veas lo mucho que te envidia, lo mucho que enviada a la chica más guapa que ha pasado por Granadilla.


domingo, 7 de noviembre de 2010

Granadilla

Aunque, intentar describir aquella semana, que hoy dia parece tan lejana y que sin embargo tan solo fue hace tan poco, es una tarea que yo tacharia de imposible, pues no hay palabras para describir la magia de ese lugar, para describir los sentimientos que alli nacieron y aun hoy laten en mi corazon, y espero sinceramente, que en el vuestro tambien, aun asi, como buen andaluz cabezon por naturaleza, voy a intentarlo.

Granadilla, para mi, es algo mas que piedras sobre piedras, casas, suelos empedrados y flores y plantas... Granadilla es nosotros, igual que nosotros somos ahora, Granadilla. Nosotros nos llevamos una parte de ese magico pueblo en nuestro interior, pero tambien dejamos, a cambio, una parte de nosotros en ese lugar, del mismo modo que lo hicieron los que una vez fueron sus pobladores, y todas las personas que han ido pasando por sus muros, por sus calles, Granadilla no esta contruido con piedras y cemento, Granadilla esta construida con sentimientos, esta contruido con amistad, esta construida con amor, esta construida con sudor, esta contruida con cariño, esta construida con personas... Por personas que una vez, al igual que nosotros, llegaron a amar ese pueblo y a sus habitantes, pues solo se llora cuando te arrebatan algo que amas... ¿Sabeis por que yo no lloro? Porque yo me he traido Granadilla conmigo, jamas la dejare, jamas la olvidare, jamas os olvidare.

NOSOTROS SOMOS GRANADILLA, NUNCA OS OLVIDARE, Y PRONTO NOS VOLVEREMOS A VER.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Y llegamos a Granadilla.

Bueno, voy a empezar por el principio. Me levanté a las 8:00, yo esperan que no hubiese nadie levantado para estar tranquilo un rato, llego al comedor y allí estaban mi padre, mi madre y mis abuelos, una reunión familiar a traición. Después de una hora insistiendo en que tenia que terminar de hacer la maleta y desayunar por fin me dejaron libre, desayuno, unas cuantas magdalenas, y empiezo ha hacer la maleta. A eso que llega mi madre y lo primero que me dice es:

-¡Adri!, ¿llevas condones?-

Que me quedo yo:

-Mama… que me voy con el instituto ¿eh?, que voy de excursión no de turismo sexual.-

Total, que después de esa importantísima charla con mi madre, ya son las 9:30 y mi padre se queda dormido en el sofá. Después de 10 minutos intentando despertarlo por fin salimos hacia San Roque. Cuando llegamos a la parada, no había nadie, yo preocupado llamo a Ángel y lo que me dice es lo siguiente:

-Kiyo, date la vuelta.-

Al darme la vuelta los encuentro a todos en la parada, a cinco metros más hacia allá. Estuvimos charlando unos minutos mientras empezaba a llegar la gente, hicimos planes sobre como podíamos colar a algunos colegas en el autobús aunque finalmente desechamos la idea y ya porfin nos montamos en el autobús. ¡Siete horas en autobús!, las primeras horas fueron bien, muchos dormían mientras otros se dedicaban a hacerle perrerías y fotos, otros charlaban y escuchaban músicas y yo leía. No se que tiene los autobuses que te pongas como te pongas no hay manera de leer a gusto, los asientos están demasiado juntos, si te pones de lado se te clava el marco de la ventana, si te pones el libro en las rodillas te empieza a doler la espalda… total, que cuando por fin encuentras una posición ‘’cómoda’’, por llamarla de algún modo, el autobús se para y bajamos todos a refrescarnos, comer, y hacer nuestras necesidades. Un rato después, tras haber comprado algunas chucherías y haber tomado el aire, volvimos al autobús. Volví a realizar el laborioso trabajo de tomar una posición cómoda y seguí con mi lectura. Después de cinco horas y media de viaje yo pensaba:

-Me suicido, no me tiro delante del autobús porque va tan lento que vuelca y me los cargo a todos, pero me suicido.-

Total, que llegó el momento de la segunda parada, entramos en un bar y me comí con Ángel un bocadillo de calamares que eso tenia que ser un pecado por huevos. Charlamos durante media hora mientras los profesores, tranquilamente (MUY TRANQUILAMENTE) comían un plato de callos o algo parecido. Estuvimos hablando sobre las alegres y halagüeñas noticias del telediario, que cuando no había un ahogado por allí, había un tiroteo por allá… en fin, así va el mundo.
De vuelta al autobús, ya queda menos y eso se nota, todo el mundo empieza a armar escándalo.

-¿¡FALTA MUCHO!? ¡MIRA UN BAMBI!, es un ciervo, ¡NO HAY COBERTURA!, ¡POS YO TENGO TRES RAYITAS!, ¡YO UNA!, ¡YO SOY MOVISTAR!, ¿¡TODAVIA FALTA MUCHO!?-
Y por fin, comienza a vislumbrarse Granadilla, al principio un montón de árboles, esa carretera que parecía que a los obreros se les habían olvidado un cacho, llena de baches y medio destrozada, y al final, nos plantamos antes los muros de Granadilla.

Lo primero que vimos, además del muro y el castillo, fue esa enorme cuesta de entrada, y echándole coraje, subimos. Estuvimos esperando casi media hora a que llegaran los compañeros de Salamanca y cuando por fin llegaron se repartieron las casas. A Ángel, José David y a mi nos tocó la casa del Tío Molina, junto a otros chicos de Salamanca y Madrid, nos fuimos a la casa, que nos equivocamos y nos metimos en otra casa, en la habitación del profesor Juan, y nos instalamos en nuestra habitación.

Hubo una reunión, a la cual llegamos tarde como no podía ser de otro modo, y luego fuimos al comedor. Afortunadamente me toco a mi y al resto del grupo seis ocuparnos de las labores del pueblo, que aquella noche solo consistía en servir la cena; cenamos y volvimos a nuestra habitación. ¿Qué es lo primero que hicimos? Montar una discoteca por supuesto, primero tocó Ángel y Damian y después pusimos música de un mp3. De un momento a otro eso se lleno de gente… Parecía que estaba todo el pueblo metido en el pasillo de la casa, al cabo de un rato, un grupo bajamos al salón de abajo y charlamos.
Entonces hicieron la pregunta más insólita que jamás he escuchado:

-¿Alguien cuenta monólogos?-

Yo en aquel momento puse pies en polvorosa e intente quitarme de en medio, pero ya casi cuando llegué a la puerta, alguien dijo a mi espalda:

-Aquel cuenta monólogos.-

Supuse que estaba señalando hacia mi y entonces dos pares de brazos me cogieron y me subieron en lo alto de la mesa. Cuando vi tantas caras observándome, era la primera vez que actuaba para un público tan numeroso, pensé:

-Chaves… Cagate en los muertos del que te ha delatado y échale coraje.-

Por suerte recordé uno de los monólogos de la Paramount, y todo el mundo rió, Ángel con su forma tan peculiar. Después de eso, el profesor echó a todos y nos fuimos a dormir.

A las ocho de la mañana, sin previo aviso, el altavoz de la planta baja de la casa empezó a berrear, nadie se levanto hasta que empezó a sonar la canción de ‘’fiesta pagana’’, momento en que Ángel comenzó a dar botes por toda la habitación que yo estuve a punto de llamar a un cura creyendo que estaba poseído. Nos vestimos y acicalamos y a las 8:30 estábamos en el comedor, después de bajar esa mortal cuesta, listos para desayunar. Desayunamos y nos fuimos a los oficios, primer día albañilería, en un principio era una tarea fácil, consistía en arreglar una pared con cemento, nosotros poníamos el cemento, pero el no quería quedarse en la pared por lo que después de 10 minutos había mas cemento en el suelo que en la carreta. Después de varias horas arreglando la pared, cortando madera y quemando los trozos inútiles, además de saltar por encima de la hoguera, gracia que me costo las pestañas, terminamos y como buenos albañiles nos comimos un bocadillo.

Tras este refrigerio, fuimos a los talleres, yo me cambié con Alejandro Amor porque quería estar con la novia y me fui al taller de salud, donde hablamos sobre la salud e hicimos una especia de juego en el que el monitor representaba el papel de narcotraficante, dos de los alumnos el de camellos y el resto el de enganchado, ¿Para que servia esto? Pues no lo se.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

1 - Vientos de Cambio


1 – Vientos de Cambio

El sol de la mañana se alzaba sobre la ciudad, como un vigilante que observaba en silencio la ajetreada vida de los habitantes. Un joven de corta edad se adentró por el camino que conducía hacia el interior del cuartel; tras los muros había otros edificios mas pequeños como el comedor, situado cerca del edificio principal, o la armería algo mas alejada junto al patio de armas.

El joven avanzaba entre los muñecos de entrenamientos, sacos de arenas ataviados con espadas y escudos de madera, sobre algunos de ellos había dibujados caras, algunas sonrientes, otras furiosas, otras en un alarde de originalidad simulaban a personajes importantes (y por lo general odiados) de la sociedad. Los muñecos dibujaban sombras sobre el suelo arenoso del patio que parecían enemigos mucho mas reales.

El joven tenía el pelo castaño y los ojos de un azul claro, algo bastante inusual. De altura media y rasgos infantiles que, en conjunto, hacían de el en una persona muy atractiva; bajo el ojo izquierdo tenía una pequeña cicatriz que, en cualquier otra persona, habría estropeado su apariencia, pero en el no hacia mas que contribuir en mejorar su atractivo. Llevaba los atavíos propios de un soldado: una cota de malla que ocultaba su robusto cuerpo y sobre esta un tabardo de color negro con varios ornamentos blancos, en el cinto llevaba una espada corta reposando en su vaina y a la espalda, firmemente sujeto mediante cintas de cuero, un escudo en el que había impresa, en color negro, la cabeza de un lobo aullando al cielo sobre un fondo blanco. Calzaba un par botas de cuero altas, de la derecha sobresalía una pequeña daga con el mango de madera.

Se detuvo ante la maciza puerta de roble, el único acceso al edificio principal del cuartel, y se detuvo unos instantes a admirarla. Estaba fuertemente diseñada, de doble hoja y con remaches de acero entre los tablones y una imponente cerradura. El joven soldado dudó unos instantes y apoyo la mano contra la puerta. Esta se abrió con un suave gemido dejando entrar un haz de luz que bañó el interior de la estancia.

El interior estaba humildemente amueblado, había un par de estanterías con varios libros, muebles repletos de armas, unos cuadros con retratos de grandes soldados y generales, una mesa tapizada con mapas y varios papeles. El joven se adentró un paso mas en la estancia y abrió una de las hojas de la puerta al completo, esta emitió un último quejido y se detuvo devolviendo el silencio y el sosiego al edificio.

Frente a una ventana había un joven, sentado en una silla y con el pecho descubierto y la cabeza apoyada en el respaldo de la silla. Mantenía los ojos cerrados. En su pecho, desplazada hacia la izquierda, había una cicatriz en forma de cruz y, colgado al cuello, llevaba un collar con un pequeño símbolo de color negro con un par de grabados incomprensibles de color dorado. El collar se deslizó unos centímetros hasta quedar junto a la cicatriz. El pelo del joven era de color negro y caía sobre sus hombros en desordenados mechones. Las facciones eran mas duras que las del otro joven y, aunque no era tan bello como aquel, también era sumamente atractivo. Sobre su regazo descansaba una espada de gran longitud, guardada en su vaina, una vaina muy cuidada de color negro con adornos de cuero.

-¿Señor?-. La voz del soldado resonó en la habitación, sin embargo la única respuesta que obtuvo fue el eco. El soldado tenía una voz grave, contrastando con su aspecto casi infantil. El soldado dio otro paso hacia el interior pero, sin embargo, el otro joven no se movió. Permaneció unos segundos inmóvil, observándolo desde el umbral de la puerta antes de acercarse un poco mas; ahora se encontraba a su lado, prácticamente podía alargar la mano para tocarlo-, ¿Señor?-. Repitió elevando aun mas el tono.

El joven abrió sus ojos, unos ojos almendrados de color negro muy llamativos, pero inexpresivos y carentes de sentimiento. Eran unos ojos tristes, los ojos propios de una estatua, imposible de escudriñar lo que se escondían tras ellos.

-¿Se puede saber que observáis con tanto ahínco, Víctor?-.

El soldado que respondía al nombre de Víctor dio un respingo debido a la repentina respuesta del otro joven. Inmediatamente retrocedió un par de pasos tratando de recobrar la compostura inicial. Mientras, el otro joven se levantó de la silla donde había estado descansando y se llevó una mano al cuello mientras lo movía a un lado y a otro con un gesto de molestia en el rostro.

-!Disculpadme señor¡, ¿Os he despertado?-. Se apresuró a disculparse Víctor. El otro joven recogió una camisa que había estado descansando sobre la mesa y que, hasta entonces, había pasado inadvertida por Víctor.

-No, tan solo... reposaba- El joven introdujo sus brazos en las mangas de la camisa y comenzó a abrocharse los botones de la misma. Víctor observaba atentamente el tedioso trabajo que su interlocutor tenía entre manos quien, tras abrocharse un par de botones, levantó la vista y clavó sus ojos en los de Víctor. -Y bien, ¿Tan solo habéis venido a saludarme?-. Preguntó arqueando las cejas.

-eeeh... no, no señor-. Víctor miró a un lado distraído, la mirada de aquel hombre lo ponía nervioso, y no por que fuera su superior, sino porque aquellos ojos le resultaban inquietante. Carraspeó para aclararse la voz y alzó la cabeza mirando al horizonte, adoptando la postura oficial destinada a cualquier acto formal del ejercito. -Traigo un mensaje para el mariscal de los ejércitos imperiales, Saín Stukof. El emperador Lucius Volter solicita una audiencia privada con los generales de las guardias imperiales en el castillo de Valerian. Se precisa de su presencia de inmediato-.

Sain, el otro joven, había terminado de abrocharse la camisa y ahora ajustaba unos refuerzos de cuero sobre ella. Estos protegían zonas vitales o desprotegidas como el corazón, el vientre y los hombros. Estas protecciones constituían toda la armadura de Sain, que eran insignificantes en comparación con las pesadas protecciones de Víctor. Sain desvió la mirada un momento hacia Victor y continuó atándose una de las protecciones mediante una correa de cuero, estaba teniendo serios problemas para abrochar la hebilla.

-¿El emperador Lucius se encuentra aquí?¿En Valerian?- Preguntó Sain, por regla general el emperador se encontraba guerreando en las fronteras o celebrando en la capital. Victor asintió -Llegó hace unas horas de las frontera. Junto a el han llegado Michael y Jeanne.-

Sain permaneció pensativo unos instantes mesándose la escasa barba y agarró su espada. -Bien. En ese caso no le hagamos esperar.- Dijo haciendo una seña con al cabeza mientras se encaminaba hacia la puerta.

Victor lo siguió a paso ligero mientras Sain aseguraba la espada al cinto. El arma era extraordinariamente larga y casi rozaba el suelo de la habitación; tenia aspecto de ser muy pesada y dificil de manejar. -¿Hagamos señor?- Preguntó Victor cuando Sain se detuvo a cerrar la puerta del cuartel. Un par de soldados recien llegados del comedor hicieron un ademán de respeto cuando Sain pasó a su lado. -¿Acaso queréis que os acompañe, señor?.-
-Si se han convocado a los generales de las guardias y al mariscal del ejercito, es facil deducir el por qué de la reunión ¿No?-
-¿Creéis que iremos a la lucha?.- Sain asintió, no se le ocurría otra buena razón para una reunión como aquella.

Sain y Victor salieron del patio de armas que daba a la calle principal. La ciudad bullía de vida a aquellas horas. Las personas deambulaban a lo largo de la calle yendo de puesto en puesto y discutían acaloradamente en pequeños grupos dispersos.

Los soldados avanzaron por la calle sin mucho esfuerzo gracias a que las personas se apartaban de su paso. Sain alzó al vista hacia el horizonte y observó el impresionante castillo de Valerian. El torreón principal se alzaba sobre la ciudad, imponente, como si tratase de desafiar al propio sol.

De pronto, Sain sintió como una mano huesuda se cerraba alrededor de su muñeca y volvió la vista hacia su captor. Una anciana, encorvada y desnutrida le agarraba la mano. Llevaba una capucha que le ocultaba el rostro, una serie de harapos mugrientos de color rojizo y portaba un cayado de madera a modo de bastón. La anciana pasó su otra mano sobre la palma de Sain y un repentino escalofrió le recorrió la espalda. Victor se detuvo y dio un paso amenazante hacia la mujer. -¡Como os atrevéis!, ¡apartaos!.- Bufó.
La anciana hizo caso omiso a la advertencia de Victor y alzó la vista, tenia el rostro surcado de largas arrugas y unos ojos de color verde claro por los que habrían suspirados muchos corazones hace años.

-Os espera un gran futuro, chico guapo.- Dijo la anciana, su voz era aguda y molesta. A Sain se le antojo muy parecida al graznido de una urraca. -Si... aun os queda mucho por aprender, pero vuestras acciones marcaran un antes y un después en la historia de este reino.-

Sain mantuvo la mirada fija en los ojos de la anciana mientras esta hablaba, hipnotizado, parecía no darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. La gente comenzaba a reunirse alrededor para curiosear. Sain inspeccionó de arriba a abajo a la anciana y se zafó de un tirón. Le dedico una ultima mirada y se giró sin hacer caso de la anciana ni de Victor ni de las personas que había a su alrededor.

Victor corrió hasta alcanzar a Sain que caminaba mirando hacia el torreón del castillo de Valerian. -Señor... ¿Estáis bien?- Preguntó con cautela. Sain no le miro, sino que siguió caminando en silencio. Victor ya no esperaba respuesta cuando Sain dijo: -Cada día hay mas viejas locas que intentan engatusar a la gente con su brujería de pacotilla, no es la primera vez que me encuentro con una de ellas.- Sain se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente y continuó. -Sin embargo... esos ojos... ya los había visto en alguna parte. Eso es todo Victor.-

Ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra. Ahora se encontraban a las puertas del castillo de Valerian, la fortaleza de piedra donde les esperaba el Emperador con su imponente torreón recortado contra el sol.