miércoles, 3 de noviembre de 2010

1 - Vientos de Cambio


1 – Vientos de Cambio

El sol de la mañana se alzaba sobre la ciudad, como un vigilante que observaba en silencio la ajetreada vida de los habitantes. Un joven de corta edad se adentró por el camino que conducía hacia el interior del cuartel; tras los muros había otros edificios mas pequeños como el comedor, situado cerca del edificio principal, o la armería algo mas alejada junto al patio de armas.

El joven avanzaba entre los muñecos de entrenamientos, sacos de arenas ataviados con espadas y escudos de madera, sobre algunos de ellos había dibujados caras, algunas sonrientes, otras furiosas, otras en un alarde de originalidad simulaban a personajes importantes (y por lo general odiados) de la sociedad. Los muñecos dibujaban sombras sobre el suelo arenoso del patio que parecían enemigos mucho mas reales.

El joven tenía el pelo castaño y los ojos de un azul claro, algo bastante inusual. De altura media y rasgos infantiles que, en conjunto, hacían de el en una persona muy atractiva; bajo el ojo izquierdo tenía una pequeña cicatriz que, en cualquier otra persona, habría estropeado su apariencia, pero en el no hacia mas que contribuir en mejorar su atractivo. Llevaba los atavíos propios de un soldado: una cota de malla que ocultaba su robusto cuerpo y sobre esta un tabardo de color negro con varios ornamentos blancos, en el cinto llevaba una espada corta reposando en su vaina y a la espalda, firmemente sujeto mediante cintas de cuero, un escudo en el que había impresa, en color negro, la cabeza de un lobo aullando al cielo sobre un fondo blanco. Calzaba un par botas de cuero altas, de la derecha sobresalía una pequeña daga con el mango de madera.

Se detuvo ante la maciza puerta de roble, el único acceso al edificio principal del cuartel, y se detuvo unos instantes a admirarla. Estaba fuertemente diseñada, de doble hoja y con remaches de acero entre los tablones y una imponente cerradura. El joven soldado dudó unos instantes y apoyo la mano contra la puerta. Esta se abrió con un suave gemido dejando entrar un haz de luz que bañó el interior de la estancia.

El interior estaba humildemente amueblado, había un par de estanterías con varios libros, muebles repletos de armas, unos cuadros con retratos de grandes soldados y generales, una mesa tapizada con mapas y varios papeles. El joven se adentró un paso mas en la estancia y abrió una de las hojas de la puerta al completo, esta emitió un último quejido y se detuvo devolviendo el silencio y el sosiego al edificio.

Frente a una ventana había un joven, sentado en una silla y con el pecho descubierto y la cabeza apoyada en el respaldo de la silla. Mantenía los ojos cerrados. En su pecho, desplazada hacia la izquierda, había una cicatriz en forma de cruz y, colgado al cuello, llevaba un collar con un pequeño símbolo de color negro con un par de grabados incomprensibles de color dorado. El collar se deslizó unos centímetros hasta quedar junto a la cicatriz. El pelo del joven era de color negro y caía sobre sus hombros en desordenados mechones. Las facciones eran mas duras que las del otro joven y, aunque no era tan bello como aquel, también era sumamente atractivo. Sobre su regazo descansaba una espada de gran longitud, guardada en su vaina, una vaina muy cuidada de color negro con adornos de cuero.

-¿Señor?-. La voz del soldado resonó en la habitación, sin embargo la única respuesta que obtuvo fue el eco. El soldado tenía una voz grave, contrastando con su aspecto casi infantil. El soldado dio otro paso hacia el interior pero, sin embargo, el otro joven no se movió. Permaneció unos segundos inmóvil, observándolo desde el umbral de la puerta antes de acercarse un poco mas; ahora se encontraba a su lado, prácticamente podía alargar la mano para tocarlo-, ¿Señor?-. Repitió elevando aun mas el tono.

El joven abrió sus ojos, unos ojos almendrados de color negro muy llamativos, pero inexpresivos y carentes de sentimiento. Eran unos ojos tristes, los ojos propios de una estatua, imposible de escudriñar lo que se escondían tras ellos.

-¿Se puede saber que observáis con tanto ahínco, Víctor?-.

El soldado que respondía al nombre de Víctor dio un respingo debido a la repentina respuesta del otro joven. Inmediatamente retrocedió un par de pasos tratando de recobrar la compostura inicial. Mientras, el otro joven se levantó de la silla donde había estado descansando y se llevó una mano al cuello mientras lo movía a un lado y a otro con un gesto de molestia en el rostro.

-!Disculpadme señor¡, ¿Os he despertado?-. Se apresuró a disculparse Víctor. El otro joven recogió una camisa que había estado descansando sobre la mesa y que, hasta entonces, había pasado inadvertida por Víctor.

-No, tan solo... reposaba- El joven introdujo sus brazos en las mangas de la camisa y comenzó a abrocharse los botones de la misma. Víctor observaba atentamente el tedioso trabajo que su interlocutor tenía entre manos quien, tras abrocharse un par de botones, levantó la vista y clavó sus ojos en los de Víctor. -Y bien, ¿Tan solo habéis venido a saludarme?-. Preguntó arqueando las cejas.

-eeeh... no, no señor-. Víctor miró a un lado distraído, la mirada de aquel hombre lo ponía nervioso, y no por que fuera su superior, sino porque aquellos ojos le resultaban inquietante. Carraspeó para aclararse la voz y alzó la cabeza mirando al horizonte, adoptando la postura oficial destinada a cualquier acto formal del ejercito. -Traigo un mensaje para el mariscal de los ejércitos imperiales, Saín Stukof. El emperador Lucius Volter solicita una audiencia privada con los generales de las guardias imperiales en el castillo de Valerian. Se precisa de su presencia de inmediato-.

Sain, el otro joven, había terminado de abrocharse la camisa y ahora ajustaba unos refuerzos de cuero sobre ella. Estos protegían zonas vitales o desprotegidas como el corazón, el vientre y los hombros. Estas protecciones constituían toda la armadura de Sain, que eran insignificantes en comparación con las pesadas protecciones de Víctor. Sain desvió la mirada un momento hacia Victor y continuó atándose una de las protecciones mediante una correa de cuero, estaba teniendo serios problemas para abrochar la hebilla.

-¿El emperador Lucius se encuentra aquí?¿En Valerian?- Preguntó Sain, por regla general el emperador se encontraba guerreando en las fronteras o celebrando en la capital. Victor asintió -Llegó hace unas horas de las frontera. Junto a el han llegado Michael y Jeanne.-

Sain permaneció pensativo unos instantes mesándose la escasa barba y agarró su espada. -Bien. En ese caso no le hagamos esperar.- Dijo haciendo una seña con al cabeza mientras se encaminaba hacia la puerta.

Victor lo siguió a paso ligero mientras Sain aseguraba la espada al cinto. El arma era extraordinariamente larga y casi rozaba el suelo de la habitación; tenia aspecto de ser muy pesada y dificil de manejar. -¿Hagamos señor?- Preguntó Victor cuando Sain se detuvo a cerrar la puerta del cuartel. Un par de soldados recien llegados del comedor hicieron un ademán de respeto cuando Sain pasó a su lado. -¿Acaso queréis que os acompañe, señor?.-
-Si se han convocado a los generales de las guardias y al mariscal del ejercito, es facil deducir el por qué de la reunión ¿No?-
-¿Creéis que iremos a la lucha?.- Sain asintió, no se le ocurría otra buena razón para una reunión como aquella.

Sain y Victor salieron del patio de armas que daba a la calle principal. La ciudad bullía de vida a aquellas horas. Las personas deambulaban a lo largo de la calle yendo de puesto en puesto y discutían acaloradamente en pequeños grupos dispersos.

Los soldados avanzaron por la calle sin mucho esfuerzo gracias a que las personas se apartaban de su paso. Sain alzó al vista hacia el horizonte y observó el impresionante castillo de Valerian. El torreón principal se alzaba sobre la ciudad, imponente, como si tratase de desafiar al propio sol.

De pronto, Sain sintió como una mano huesuda se cerraba alrededor de su muñeca y volvió la vista hacia su captor. Una anciana, encorvada y desnutrida le agarraba la mano. Llevaba una capucha que le ocultaba el rostro, una serie de harapos mugrientos de color rojizo y portaba un cayado de madera a modo de bastón. La anciana pasó su otra mano sobre la palma de Sain y un repentino escalofrió le recorrió la espalda. Victor se detuvo y dio un paso amenazante hacia la mujer. -¡Como os atrevéis!, ¡apartaos!.- Bufó.
La anciana hizo caso omiso a la advertencia de Victor y alzó la vista, tenia el rostro surcado de largas arrugas y unos ojos de color verde claro por los que habrían suspirados muchos corazones hace años.

-Os espera un gran futuro, chico guapo.- Dijo la anciana, su voz era aguda y molesta. A Sain se le antojo muy parecida al graznido de una urraca. -Si... aun os queda mucho por aprender, pero vuestras acciones marcaran un antes y un después en la historia de este reino.-

Sain mantuvo la mirada fija en los ojos de la anciana mientras esta hablaba, hipnotizado, parecía no darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. La gente comenzaba a reunirse alrededor para curiosear. Sain inspeccionó de arriba a abajo a la anciana y se zafó de un tirón. Le dedico una ultima mirada y se giró sin hacer caso de la anciana ni de Victor ni de las personas que había a su alrededor.

Victor corrió hasta alcanzar a Sain que caminaba mirando hacia el torreón del castillo de Valerian. -Señor... ¿Estáis bien?- Preguntó con cautela. Sain no le miro, sino que siguió caminando en silencio. Victor ya no esperaba respuesta cuando Sain dijo: -Cada día hay mas viejas locas que intentan engatusar a la gente con su brujería de pacotilla, no es la primera vez que me encuentro con una de ellas.- Sain se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente y continuó. -Sin embargo... esos ojos... ya los había visto en alguna parte. Eso es todo Victor.-

Ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra. Ahora se encontraban a las puertas del castillo de Valerian, la fortaleza de piedra donde les esperaba el Emperador con su imponente torreón recortado contra el sol.

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